miércoles, 26 de noviembre de 2008

TEMPRANO



Caminaba como todos los sábados por la mañana, con la misma flojera que dá el levantarse a trabajar cuando una gran parte de la ciudad duerme.


Bajo el suave viento que anunciaba la inminente llegada del invierno, tomé mi bufanda y la enredé un poco más en mi cuello; el frío aunque suave llegaba a calarme hasta lo más hondo.


Miré hacia el otro lado de la calle y la distinguí. Ahí estaba ella, como cada sábado por la mañana, era difícil saber si apenas iba o ya había regresado. Por su apariencia pude deducir que regresaba.


Se acercaba sin descaro alguno a la ventanilla de un coche y me dí cuenta que apenas hacía un par de minutos había bajado de él.
Con una rosa un poco marchita y mal envuelta en un papel transparente sonreía traviesamente al conductor. Le agradecía el buen rato vivido y la triste flor que llevaba en la mano.


No pude ver más que la efímera felicidad que reflejaba su rostro. Tal parecía que la miseria, soledad y nostalgia que se pudiera pensar que tenía se había ido con el hélido suspiro del cielo.


Por mi parte, me alegré por ella; al menos comenzaba bien sú día.


Al poco tiempo llegó el autobús que yo esperaba y tuve que apearme sin descubrir el desenlace de tan entretenido juego amoroso, sin embargo pude adivinarlo, él se iría contento por haber tenido lo que buscaba, ella, tal vez al fin, había encontrado también un poco de lo que tanto tiempo había soñado.