domingo, 27 de enero de 2008

MARIA ANTONIETA

Me encontraba jugando con las flores que crecían junto al riachuelo que daba al jardín cuando escuche que una de las criadas se acercaba diciendo mi nombre.

Me levante y limpié mis manos en el vestido, ella se acercó a mi, tomó el trozo de mi falda entre sus manos y con sus enaguas limpió el lodo que se había quedado en mi vestido, diciendo entre dientes no se que cosas; mientras yo, lo único que quería era seguir ensimismada con los lirios mirándome en el espejo del agua.

Ella me dijo que tenía que entrar a la casa, que mi madre tenía algo importante que decirme, que debía darme prisa. Un dejo de alegría llegó a mi rostro, me imaginaba que me diría que podía ir a pasar unos meses en una tierra lejana, lejos de su yugo, de su farsa y de sus deseos.

Corrí hacia el salón, entré y la vi sonriente, junto a gente extraña que solo anunciaba fatalidad, no me quedó otro remedio que hacer las debidas reverencias, y sentarme a escuchar lo que me diría.

…“Renovarás la alianza”…. “el delfín”…“tiene tu misma edad”… “el palacio de Versalles”… Mi mente se bloqueó con lo que escuchaba y solo atinaba a medio entender algunas palabras… esa noche no dormí.

Luego todo se volvió oscuridad, como si las flores que crecían junto al riachuelo de pronto se hubieran convertido en polvo, como si la nieve invernal hubiera de nuevo cubierto el suelo de Viena.

Mis juegos, mis flores y mi juventud se trasladarían ahora a un nuevo rincón, rincón en el cual no sabía si podrían florecer nuevamente.

Ya no bailaría en los salones con vista al Danubio, ahora solo estaría haciendo castillos en el aire en los bellos salones de Versalles.